En este proyecto, en esta casa, abordamos dos procesos paralelos de deconstrucción: qué es ser mujer y qué es el diario.
Nosotras, como mujeres, nos preguntamos primero si queremos ser mujeres y después, de qué manera queremos serlo. Para desde ahí buscarnos, hacernos cómplices, incluirnos las unas a las otras, reconocernos en la pluralidad del mundo. No queremos apropiarnos, no queremos darle la voz a otras, no queremos ser lo que no podemos ser. Lo que queremos es que Índigo sea para todas y todes de la forma más orgánica posible.
Entonces, queremos que Índigo convoque sin importar las cuestiones raciales, identitarias o de clase. Y también, que Índigo proponga el diario como género (si se quiere) en constante construcción. Como género mutable, como lugar habitable. Que el diario tenga importancia, que deje huella en el universo literario, que tome la fuerza genuina que merece.
Blanchot dijo que el diario les sirve a lxs escritorxs para decirse a sí mismxs cuando no están escribiendo. Asume, desde esta perspectiva, que el diario no es escritura per se, sino otra cosa. Nos preguntamos, le preguntamos a Blanchot: ¿Para qué le sirve el diario a quienes solo escriben diarios?
Según Blanchot, lxs escritorxs escribían diarios cuando vivían o porque vivían, por fuera de su obra entendida como tal. Era la escritura de la vida. La literatura era otra cosa. En Índigo nos hemos dado cuenta (durante estos dos años de investigar, de escuchar, de editar diarios) que la escritura de la vida puede ser también literatura.
El canon de literaturas pone a la novela en la cima de la torre jerárquica y relega al diario, las cartas y otras literaturas de la intimidad al cajón de las «segundas literaturas». Este orden hegemónico (y patriarcal, porque ha sido establecido por las voces dominantes) hace impermeable la concepción de otros géneros como literatura «de peso» en sí mismos.
Además, ni siquiera tenemos la necesidad de incluir al diario dentro de un género hermético, teniendo en cuenta que ya ningún género literario lo es. Que los límites entre ficción y no ficción son difusos, que ya no sabemos exactamente qué reglas ponen una obra de un lado u otro de las clasificaciones tradicionales. Este no-saber-dónde nos parece valioso como «hueco» desde el que escribir.
Irene Grau Calvet, dice de La desconocida que soy que no es solo una recopilación de diarios íntimos sino también un ensayo político. Y lo asume así porque las obsesiones, los «temas» que se abordan desde la multiplicidad de voces que lo componen, atraviesan puntos de un mapa de universalidad. Los diarios nos interpelan en los lugares de trascendencia humana. Los diarios hablan de lo íntimo, que se hace público. ¿Acaso no son asuntos de la polis el cuerpo, la muerte, el sexo o la soledad?
Con esto no queremos afirmar que los diarios son ensayos en una instancia formal. Es más, preferimos escaparle a las formalidades que solo aplacan el universo de lo posible. Por eso nos parece importante —e interesante— abrirnos a pensar el lugar del diario como cosmos. Como posibilidad en la obra propia y ajena. En definitiva, muchas de las autoras que publicamos se asumen escritoras de diarios. Y eso nos sitúa frente al diario como corpus de la experiencia.
El diario nos sirve para enunciarnos desde una voz propia. Nos acompaña en la pulsión de la escritura. Está ahí para ser guardado o compartido, para ser releído, para ser destruido, para ser tachado o susurrado. El diario se ensancha. El diario permanece —o no—, el diario se pierde en las mudanzas, se transporta durante los viajes. El diario es una carpeta del escritorio. O un documento dentro de una carpeta. El diario nos ayuda a volver a nosotras mismas, como dice Natalia Romero que dijo Vilariño.
Escribe Nati en el prólogo de La desconocida que soy VOL II: «Por qué un diario. También para ver lo invisible.»
Imagen de portada: Giuliana Santoli.
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