Ya han pasado más de dos años desde que nos reunimos en aquella plaza de Madrid en la que nació Índigo Editoras. En este tiempo, una de las reflexiones que más ha motivado nuestro trabajo es la que responde a la pregunta: «¿Por qué mujeres?».

 

Al principio hubo ciertas dudas: fundando una editorial que solo publica mujeres, ¿estábamos considerndo que necesitamos un estante aparte en la comprensión del mapa literario? No, definitivamente. Si publicásemos narrativa, ¿habríamos llegado a las mismas conclusiones? Probablemente no. Entonces, ¿por qué mujeres? O mejor: ¿por qué literaturas íntimas de mujeres?

 

Nosotras nos conocimos intercambiando textos íntimos. Leyéndonos la una a la otra. Y las unas a las otras. Enviándonos cartas. Descubriendo que en la escritura de la otra había un eco, un espejo, una mano tendida. Estos hilos invisibles de los que siempre hablamos podían desplegarse a partir de esas mismas resonancias y esas resonancias se desprendían de experiencias comunes. De las experiencias que devienen de ser mujer hoy. Esas experiencias las escribíamos en nuestros diarios y, orgánicamente, nuestras voces empezaron a dialogar.

 

¿Qué es ser mujer? Nunca pensamos en la palabra mujer en términos biológicos, sino sociales. Hablamos de lo heredado y de lo impuesto. Temimos cerrarnos y por eso abrimos una ventana pequeña por la que se colaran otras posibilidades. Propusimos el concepto «mujeres cursiva» como un gesto ínfimo —e íntimo— pero que habilitaba otros cuerpos posibles, otras identidades, una diversidad reconocida que enriquece y construye. Pusimos la palabra mujer en cursiva para ponerla en duda. Queremos que Índigo sea un espacio de confianza y libertad sin importar con quién dormimos, a qué le rezamos o dónde nacimos.

 

Hubo un silenciamiento secular de la literatura escrita por mujeres que todavía resiste. Pero además, permanecen la infantilización y la subordinación. Es fácil escuchar a un crítico literario hablar de algunas de las autoras más necesarias de la literatura universal como «la mujer de». Es común que se hable de si una autora es o no es madre, si es físicamente aceptable o no y que eso importe más que su obra. Por no hablar de lo difícil que les resulta todavía a muchas mujeres en el mundo llegar a escribir o considerarse escritoras. Índigo Editoras existe porque creemos que es necesario poner peso del otro lado de la balanza. Porque todavía no se respira el mismo aire. Todavía no.

 

Es cierto que el panorama está cambiando. Que se están habilitando espacios para que las escrituras que escapan del canon «masculino» aparezcan, para que empiece a narrarse otra perspectiva del mundo. Y si está ocurriendo es gracias a los espacios feministas que tomaron y toman la decisión, cada día, de trabajar por una cultura más equitativa. Porque si de algo desconfiamos y queremos escapar, es de las modas sistémicas (por dentro del sistema capitalista que conocemos hoy), que detectan un grito y se lo apropian, le ponen un packaging y lo venden.

 

En la escritura íntima estuvimos solas. Durante mucho tiempo escribimos creyendo que era la única forma de restituir un vacío. Pensábamos que se trataba de una escritura catártica pero, ¿qué iba a considerarse literatura de aquellas anotaciones? Entonces empezamos a descubrir el poder que emana del acto de compartir esas escrituras. De revisarlas, de volver a ellas y hacerlas hablar. Porque esas escrituras dan cuenta de un tiempo y un espacio; son un registro de la memoria propia, de la memoria de las ciudades, de la memoria de una época.

 

Escribir un diario no es siempre escribir en presente. Pero hay algo del registro que se parece a un intento de capturar el presente para la memoria futura. A veces se escribe como quien mira un paisaje, pero casi siempre se escribe desde el centro de la experiencia. Por tanto, nos encontramos en un lenguaje común. En el diario documentamos nuestra propia vida que no es solo «yo vivo»; es también «yo vivo y me cruzo con ella que también vive» y etcétera. El universo propio se desprende desde nosotras y se expande en todas las direcciones. Lo que nos ocurre es universal. El amor, el deseo, la muerte, el cuerpo, nos atraviesan y nos hacen reaccionar. Todas las cosas pueden ser políticas. También la intimidad.

 

Para nosotras es importante habernos dado cuenta de que en la escritura de la intimidad buscamos lo que María Inés La Greca llama «interlocución profunda». Saber que hay una otredad del otro lado. No para que nos resuelva, sino para que nos acompañe. Que alguien escucha y nos devuelve algo: un destello. Que ese ejercicio de reconstrucción que es la escritura íntima merece ser expresado. Que del otro lado hay un eco, un espejo, una mano tendida.