Es muy común ver a mujeres talentosas a las cuales todavía se les hacen comentarios sobre cualquier cosa excepto sobre su creación: humoristas, escritoras, actrices, músicas, etc. En un sistema en el cual nuestra inseguridad es la gasolina para que el motor de la dominación funcione, es muy complejo confiar en nuestras creaciones. Por eso es tan poderoso crear en círculo. No solo porque aprendemos (y aprehendemos) las unas de las otras, sino porque lo hacemos en un espacio de contención. En un lugar donde sabemos que seremos escuchadas y que seremos tomadas en serio.

 

Pudimos experimentar el círculo, hacerlo cuerpo, en el I Encuentro de Mujeres y Escritura de Montevideo, en marzo de 2018. En La casa de Chiche nos juntamos cuarenta mujeres de Uruguay, Argentina, Colombia, Portugal y España. Algunas nos conocíamos de antes, incluso habíamos compartido otras casas o formábamos parte de proyectos afines. Muchas de nosotras no nos habíamos visto nunca, pero habíamos compartido textos íntimos en el grupo Maitena Caimán (otro gran círculo al que tenemos mucho que agradecerle). O ni siquiera: era la primera vez que escuchábamos un nombre, que veíamos una cara, pero nos abrazamos bien fuerte.

 

Todavía nos cuesta explicar lo que sucedió en Montevideo. Pero para todas fue profundamente transformador. Allí entendimos que mucho de lo que hemos reprimido o callado, puede ser dicho, compartido, y que del otro lado hay alguien que escucha, que comprende, que tiende una mano y después un puente. Aprehendimos de otra forma –a través de la convivencia, de una cercanía cotidiana– que nos atraviesan las mismas violencias y frustraciones. Que somos fuertes y que lo somos más si creamos juntas.

 

Si estamos en círculo nos vemos las caras. Es una postura que desafía la carrera individual y competitiva de este sistema heteropatriarcal, que pone en duda «la ley del más fuerte». Crear en comunidad estimula el intercambio de ideas y alimenta las posibilidades de generar cambios estructurales, de hacer revoluciones más humanas, más igualitarias. En círculo nos nutrimos, cada una puede ocupar un espacio propio y al mismo tiempo tener visión periférica, preguntarnos «¿a quién tengo al lado?¿quién está allá, del otro lado?»

 

Escribe Jean Shinoda Bolen en el libro El millonésimo círculo:

 

Son muchas las maneras en que las mujeres se comunican dentro del círculo, y la conversación adopta forma de espiral en la exploración subjetiva de cada lema. Escuchando, presenciando, representando un modelo, reaccionando, profundizando, haciendo de espejo, riendo, llorando, sintiéndose afligidas, inspirándose en la experiencia y compartiendo la sabiduría de. la experiencia, las mujeres del círculo se apoyan mutuamente y se descubren a sí mismas a través de las palabras.

 

La palabra. La importancia de la palabra para autodeterminarnos, para repensarnos y renombrarnos. En Montevideo experimentamos la conversación como forma de creación en sí misma.

A partir de nuestras conversaciones estamos más cerca de sanar las heridas pero también de organizarnos, de empezar proyectos, de intercambiar ideas y de materializarlas, de cambiar poco a poco un sistema que nos quiere separadas y alienadas. Que nos quiere compitiendo entre nosotras. Por eso en Índigo insistimos en la importancia de la red y creemos en este proyecto como hogar. Porque estar (y escribir) en círculo nos cambió para siempre.

 

Crear círculo para escribir. Crear círculo para desarrollar cualquier disciplina artística. Crear círculo para intercambiar, para estar organizadas, para resistir, para avanzar. Crear círculo para no tener miedo. Crear círculo para armar un refugio desde el cual volver al mundo más libres y también más acompañadas.