Todavía me acuerdo de la emoción que sentía cada vez que abría mi diario íntimo. No recuerdo si tenía 6, 8 o 10 años, pero mi ritual consistía en describir ―todos los días, a la misma hora y sin excepción― lo que había vivido durante el día, con quién había salido a jugar, qué beso en la mejilla me había hecho sonrojar. Escribía lo que sentía, pero también lo que deseaba que sucediera: era una bitácora de emociones y a la vez un cuaderno de deseos. Disfrutaba sentarme y pasar horas frente a ese papel rosado y esa lapicera azul que me manchaba los dedos, me gustaba el garabato de mis letras desprolijas, me entretenía poder traducir en palabras mi cotidiano.

En la adolescencia pasé años sin tocar una hoja hasta que un día en pleno centro de Buenos Aires las palabras volvieron a renacer y mi escritura tomó forma de poesía. De un día para el otro un anotador empezó a viajar en mi mochila como si fuese un pasaporte que me habilitaba a escribir lo que quisiera donde quisiera cuando quisiera. No había límites de palabras ni horarios rituales, fluía a su ritmo y a su manera. Escribía lo que veía, lo que pensaba, lo que imaginaba, lo que me parecía injusto, lo que me encantaba, lo que temía, lo que me dolía, lo que amaba, lo que me entristecía, lo que me enfurecía, lo que me enloquecía. Salía, lo escupía, lo escribía. Bajar lo que me pasaba al papel era ―y lo sigue siendo― una necesidad, una salida, un espacio de comunión conmigo misma, un paréntesis donde se frena el tiempo y donde mi alma habla.

Hace poco leí los libros de poesía de mi abuela y comprendí que la palabra forma parte de mis raíces, que no es azaroso el camino que elegí y que tarde o temprano la escritura iba a tener un rol protagónico en mi vida. Esos libros de papel color hueso y tinta gastada fueron un presagio de mi propia vida: en ellos, ella era. Ella era escribiendo. Hoy ese linaje sigue vivo en mis cuadernos y en mis libros que nacieron y que están por florecer. Porque al igual que ella, yo también soy escribiendo.

Hoy la escritura es mi universo de posibilidades.

Hoy la escritura es mi espacio de exploración y autoconocimiento.

Hoy y siempre la escritura será mi forma de traducir el mundo:

el que vivo muy adentro

y el que siento con mis pies.